PILAR DEL CAMPO PUERTA
Tenía diecisiete años y un suceso le marcó para
siempre.
Héctor obtuvo el carnet de socorrista para
trabajar en una piscina durante el verano. El dinero lo quería para comprarse
una moto. Nada menos que una Harley: “la bonita”, decía él, porque como yo no
quería ni oír del tema, cuando estaba con sus amigos decía “la bonita” y todos
se daban por enterados.
“La bonita” estaba expuesta en la tienda de motos
que había cerca de la casa de los abuelos. Con la excusa de que las croquetas y
los macarrones de la yaya eran únicos, iba a comer casi a diario y, de paso, estar
horas frente a “la bonita” soñando con que algún día podría comprarla.
Aquel verano fue un
verano raro.
NOTA:
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