PILAR DEL CAMPO PUERTA
Ponencia
presentada para el Ateneo de Madrid en marzo 2005 con motivo del segundo libro de Ateneístas ilustres.
GREGORIO MARTINEZ SIERRA: voluntad de hierro y temperamento inquieto
Gregorio Martínez Sierra nace
en Madrid el 6 de mayo de 1881 y muere el 1 de octubre de 1947 en la misma
ciudad, a la una y media de la tarde, en su domicilio de la calle Lista nº 43.
“Estaba en la cama rodeado de bocetos y papeles, preparando la próxima campaña
teatral”, escribe Luca de Tena a María en el exilio. El entierro, que se
efectuó en el cementerio de San Isidro, estuvo presidió por la Sociedad General
de Autores en pleno. Refugiado desde la Guerra Civil en Argentina, había
regresado pocos días antes a España, y lo hizo para morir. No era, sin embargo,
la primera vez que corría por los mentideros de la capital la noticia de su
óbito; siempre de débil constitución y melancólico temple, acechado por la
tuberculosis y dañado de fiebre tifoidea, una noche de diciembre, tan grave
llegó a estar, que todo Madrid creyó que había fallecido.
Siendo muchas las fuentes sobre su vida y obra, sin
duda, fresco manantial ofrece quien mejor le conoció, María de la O Lejárraga,
que con su Gregorio y yo. Medio siglo de complicidad (1953) muestra una
hermosísima visión del trabajo conjunto (Martínez Sierra, 2000).
Por tanto, siendo los Martínez Sierra un claro ejemplo de simbiosis creadora,
no queda más remedio que aludir a María aun cuando se quiera hablar de
Gregorio.
Se conocían desde chiquillos
aunque sus familias, de clase media, fuesen bien distintas en costumbres; por poner
un ejemplo, en la de ella todos eran ávidos lectores y los libros de ciencia
–su padre era médico- y literatura –su madre había recibido una finísima
educación francesa- abundaban, mientras que en la de él se respiraba un infatigable espíritu empresarial
transmitido por generaciones. El vértice común de las dos instituciones
estribaba en que ambos eran los mayores de una prole de hermanos, sujetos a
normas y formalidades, por lo que tras dos años de incómodo noviazgo vigilado
deciden casarse el 30 de noviembre de 1900. ¿Qué les puso inmediatamente de
acuerdo? El amor al arte dramático.
Gregorio y yo también es una muestra de amor: “mi marido”, refiere
María en ocasiones; “mi compañero”, alude en otras, pero siempre en un marco de
complicidad y admiración que la lleva a escribir “no creo que exista en el
mundo plenitud de exaltada paz que pueda compararse a la de trabajar en común
con alguien que nos entiende y a quien creemos comprender”. Aunque rehuye de
hablar de lo íntimo y personal no duda en afirmar que no recuerda una sola
palabra áspera y afirma que “ha sido uno de los seres con más perfecto dominio
de sí mismo”. Tal compenetración les llevó a tejer un
amplio manto de obras, algunas de éxito.
Entrelazar el terreno
profesional con el sentimental es obligado en este caso. María, llega pronto al
corazón joven del comediógrafo y una vez unidos para siempre le cuida y mima
como una madre, pues es casi siete años mayor (1), también le alienta y apoya, ve
con sus ojos, piensa con su mente; sin embargo, disfrutaron poco la
felicidad del matrimonio tras la aparición, en 1906, de Catalina Bárcena, más
joven que él. Si a Gregorio le enamoró su esplendor, no poco tuvieron que ver,
a la vez, sus cualidades interpretativas. Catalina, hábil, pasa a ocupar un primer
plano tanto en el terreno artístico como en el sentimental y social de Martínez
Sierra, exhibiéndose por los escenarios de diversos continentes como su musa,
su actriz principal y su amante. Muchas humillaciones tuvo que sufrir María:
“…al recorrer las horas pasadas siento rabia contra mí misma por las muchísimas
que he desperdiciado en sufrir por amor…” escribía ya anciana a su amiga María
Lacampre, en una carta fechada en marzo de 1948. Aún pudiendo haberse
divorciado en 1931, cuando las Cortes Republicanas legislaron el divorcio por
primera ver en España, nunca se separó de él, ni emocional, ni literaria, ni
económicamente, pero sí tomó la decisión de abandonarle en 1922 cuando nació su
única hija, Katia, fruto del adulterio. Fue un abandono físico, pues la
complicidad creativa siempre se mantuvo firme por conducto epistolar; dicho
trato molestaba tremendamente a Catalina.
Las observaciones que de ambas
mujeres se hacen son bien distintas, aunque queda de sobra reflejado que las
dos fueron su complemento perfecto:
Tomás Borrás, escritor y amigo
personal de Gregorio dice: “Catalina fue la mitad del teatro del arte de Eslava, la mitad de la inspiración del
dramaturgo, la cuidadora del hombre delicado… Ella reúne las cualidades que
Martínez Sierra precisa para sus heroínas; la voz suasoria, musical; los
ademanes musicales y maternales; la belleza tranquila; el tipo adecuado; el
talento de crear y dejarse dirigir… la gracia femenina. Las mujeres de la
literatura de Martínez Sierra, era una sola: Catalina”.
Andrés Goldsborough Serrat, en Imagen humana y Literaria de Gregorio
Martínez Sierra, apunta: “A los veinte años, inesperadamente, se casa… La
chica se llama María de la O Lejárrega, y es profesora de idiomas en una
academia de señoritas, donde enseña francés, inglés y ruso”.
Rafael Cansinos-Assens recoge
en sus Memorias el comentario del
poeta Banco-Fombona: “Gregorio tiene alma de comerciante… Hasta aquí explotó el
talento de su mujer, que es quien escribe sus libros. Ahora va a explotar la
voz de oro de la Bárcena”.
Antonia Rodrigo escribe: “En
María las otras razones son pretextos, la verdadera motivación de su total
entrega y renunciamiento a favor de Gregorio era el amor”.
Gregorio comenzó desde niño a
mostrar su inclinación por el teatro. Primero, con un teatrillo regalo de sus
padres, en una habitación, representaba obras que él mismo escribía; luego, en
escenarios más amplios, en los corrales del Carabanchel de sus veraneos,
representaba junto a sus hermanos y amigos, adaptaciones de novelas. Por tanto
no ha de ponerse en duda el talento de quien tuvo una voluntad férrea y un
temperamento inquieto pero serio. “Vivir con seriedad, con toda exaltación,
trabajar con todo encarnizamiento y darle gracias a la buena suerte por el
puñado de rosas que de cuando en cuando me deja caer sobre las cuartillas”, es
una frase lanzada por él al hablar de si. A nadie, pues, se le puede escapar la
genialidad del autor de Canción de cuna
(1911), la obra teatral por la que siempre será recordado, adaptada en 1994 para
el cine por el director español José
Luis Garci y con un reparto de excepción; y el que fue director del Teatro
Eslava entre 1916 y 1926, poniendo en práctica un estilo de teatro denominado
de arte que renueva totalmente la
escena española. Su objetivo: acabar con el realismo que había invadido todo, y
más el teatro. Sin embrago, así como unos le magnifican, otros le consideran
dramaturgo menor. Tal es el caso de Francisco Ruiz Ramón que establece dicha
teoría si le compara con Benavente, Arniches, los hermanos Álvarez Quintero o
Muñoz Seca, a la vez que le iguala a Linares Rivas (Ruiz, 1971), aunque matiza que si Linares Rivas era el aspecto duro y
bronco del teatro benaventino, Martínez Sierra era el blando y delicado. Como
autor no aporta nueva temática ni técnica, según Díez-Canedo (2) y sus obras rebosan de una ternura
excesiva, más propia de la condición femenina, es decir, se trata de un teatro
rosa que, en opinión del crítico es peligroso, y da una visión sentimental e
idealizada de la realidad sin conflictos, cuyo centro de atención son las
mujeres con una tremenda carga de moral cristiana y contenidos superficiales.
Sin embargo, un mérito de sobra reconocido fue su labor como director,
desarrollando valiosos montajes
escénicos de autores de todos los tiempos (Arniches, Marquina, Zorrilla,
Molière, Shakespeare, Shaw, Ibsen…) sobre todo del teatro nuevo europeo; y como
traductor de autores célebres: Ibsen, Maeterlinck, Barrie, Augier, Goldoni … y
el catalán Santiago Rusiñol, uno de sus preferidos.
Otra frase que salió de los
propios labios de Martínez Sierra es que “sólo siendo enteramente justo se
puede ser, por la única virtud de la justicia, absolutamente misericordioso” (Goldsborough, 1965). De justicia es, pues, reconocer, que Gregorio Martínez Sierra no
actuaba solo. Díez-Canedo fue uno de los primeros en afirmar que la mano de
María de O Lejárrega estaba detrás de la obra de Martínez Sierra; otros lo han
negado, pero es la propia María, que un día silenció su labor en favor de los
honores a su marido, quien muerto éste, en la obra que se toma de referencia, Gregorio y yo, destapara la caja de los
truenos (3).
Opiniones para todos los gustos
al respecto de esta contraversia.
Andrés Goldsborough Serrat, en Imagen humana y Literaria de Gregorio
Martínez Sierra se limita a nombrarla solo una vez y haciendo referencia a
un casamiento precipitado y juvenil.
Sáinz de Robles se suma a este mutismo como signo emblemático
de la cultura franquista, y cuando ahonda en definiciones dice de ella que su
espíritu resultaba más viril que el delicado y sensible de don Gregorio, y con
rotundidad añade sobre la reivindicación de la autoría de las obras: “me parece
enteramente desprovista de buen tono, y aun de buen gusto” (Saiz de Robles, 1971).
Julio Cejador y Frauca escribe:
“Dejemos a doña María con su reserva y, según su deseo, llamemos Martínez
Sierra al autor de las obras en que ella ha participado tanto o más que su
marido” (Cejador y Frauca, 1919).
Pedro González Blanco,
escritor, crítico y amigo afirmó: “Gregorio Martínez Sierra jamás escribió nada
que circulase con su nombre. Ya fuese novela, ensayo, poesía o teatro. Eso es
algo que Juan Ramón Jiménez, Ramón Pérez de Ayala y yo sabemos bien. Eso es algo que Usandizaga
sabía muy bien; sabía que el libreto de Las
golondrinas era de María. Turina sabía que el libreto de Margot era de María. Falla sabía que las
directrices para los ballet de El
sombrero de tres picos y El amor
brujo eran de María… Pero quienes mejor lo sabían eran los actores, que
siempre estaban nerviosos cuando salían de Madrid y en especial cuando viajaban
por América: ¡El tercer acto que tiene que enviar doña María no ha llegado
todavía y tendremos que suspender los ensayos!” –decían (W. O’Conor, 1987).
“Andando el tiempo se supo que,
efectivamente, detrás de Martínez Sierra había otro escritor: su esposa María de
la O Lejárrega que, por un complejo de modestia, abnegación y cariño prefería
quedar en el anonimato”, es el argumento de Martínez Olmedilla ( Martínez Olmedilla, 1961).
Y por finalizar con las pruebas
que demuestran que la firma Martínez Sierra era cosa de dos, que mejor que una
carta de la propia autora a su hermano Alejando fechada en 1948: “De que soy
colaboradora de todas las obras no cabe la menor duda, primero porque es así y,
después porque lo acredita el documento voluntariamente firmado por Gregorio en
presencia de testigos que aún viven y que dice expresamente: “Declaro para
todos los efectos legales que todas mis obras están escritas en colaboración
con mi mujer, Doña María de la O
Lejárrega y García. Y para que conste firmo ésta en Madrid a catorce de abril
de mil novecientos treinta”. Además, aunque, después de esto, todo es
superfluo, tengo numerosas cartas y telegramas que prueban no sólo mi
colaboración sino que varias obras están escritas sólo por mí y que mi marido
no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el
irme acusando recibo de ellas, acto por acto, según se los iba enviando a
América o a España cuando yo viajaba por el extranjero. Las obras son de
Gregorio y mías, todas, hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad”.
Salvado el escollo de la
autoría de las obras, la firma Martínez Sierra es prolija en producción de
todos los géneros:
* La llegada al mundo literario
lo hace con El poema del trabajo y Diálogos fantásticos, donde se
aprecia un excesivo simbolismo, y Flores de escarcha, menos
simbolista, más seria y equilibrada.
* Le sigue el Teatro
de ensueño con tres obras: Por el sendero florido, Pastoral,
Saltimbanquis
y Cuentos
de labios. Son obras irrepresentables, solo para leer, imaginar y
soñar; cargadas de tristezas y desilusiones, donde el alma parece hablar a
través de los sentidos.
* Almas ausentes, Pascua
florida, Torre de marfil, El agua dormida y Beata primavera recogidas todas bajo el título Abril
melancólico, pertenecen al
grupo de novela corta. En todas
ellas se aprecia una actitud triste y resignada de la vida que desemboca en un
final demasiado irreal e irónico. Y dentro de Sol de la tarde, otro
título genérico, podemos hallar Golondrina de sol, Margarita
en la rueca, La monja maestra, Horas
de sol, Aldea y Los
niños ciegos. Donde vuelve a estar presente la melancolía. En todos los títulos mencionados pueden palparse
la ternura, la poesía, la sencillez argumental, la simplicidad de los
personajes, la pasión por la naturaleza y una profunda carga de impresionismo
mironiano.
* En poesía, solo un libro, La casa de la primavera,
compuesto por cuatro estancias bastante diferentes unas de otras: Los
romances del hogar, Las ciudades románticas,
Paisajes espirituales, El mensaje de las rosas y las horas. Destaca, además, este libro porque, a manera
de prólogo, el poeta Rubén Darío adosa su Balada
en honor a las musas de carne y hueso, donde elogia y aconseja a Martínez
Sierra (4)
Gregorio: nada
el cantor determina
como el gentil
estímulo del beso.
Gloria al sabor
de la boca divina.
¡La mejor musa
es la de carne y hueso!
Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado y Eduardo Marquina, también le acompañan con sus versos.
* En sus novelas Tú
eres la paz (luego adaptada para el teatro con el título de Madrigal), La humilde verdad y El
amor catedrático y su libro de cuentos Aldea ilusoria podemos
encontrar a un Martínez Sierra diferente de todo lo anterior, con un gran
realismo, fuerza, frescura, fluida
inventiva. Se caracterizan estos títulos
porque la acción forma parte de los elementos secundarios, y la descripción
pasa a ser principal protagonista.
* Ensayos a mencionar entre
otros: Motivos, dedicado a su amigo Juan Ramón Jiménez, La
tristeza de Don Quijote, Hamlet y el cuerpo de Sara Bernhardt,
El
alma cordobesa, Granada, Cartas a las mujeres de España.
* Libros de impresiones: La
feria de Neuilly, El peregrino ilusionado y Kodak
romántico. Donde la imaginación corre libre de trabas y consigue el
efecto placentero de una buena literatura.
* Obras teatrales: Primavera
en otoño, El pobrecito Juan, Mamá, Sueño
de una noche de agosto, Mary la insoportable, Canción de cuna, Lirio entre
espinas, Los pastores, El reino de Dios,
Navidad (o Milagro de Navidad, con música de Joaquín Turina), Don
Juan de España (con música de Conrado del Campo), Hechizo de amor, La sombra del
padre, Rosina es frágil, El ama de la casa, Madame Pepita, Madrigal, Para
hacerse amar locamente, Monólogos, Sortilegio y Los hombres las prefieren viudas
(estas últimas de su etapa bonaerense)
* Zarzuelas y ballet: Las
golondrinas (Adaptación de la obra Saltimbanquis,
en colaboración con José María Usandizaga), La Tirana (con música de Vicente
Lleó), La suerte de Isabelita (con música de Jerónimo Jiménez y
Rafael Calleja), La familia real, Margot (en colaboración con Joaquín Turina), La
llama, El amor brujo, El sombrero de tres picos (con música de Manuel
de Falla) (5). Cuando más los
nervios afloraban antes del estreno, el músico elogiaba a la bailaora Pastora
Imperio por ser la impulsora de la idea de El
amor brujo, y a los Martínez Sierra diciendo: “Hemos hecho una obra rara,
nueva, que desconocemos el efecto que pueda producir en el público, pero que
hemos sentido” (6).
* Martínez Sierra también se
interesó por el Teatro para niños, las adaptaciones y las traducciones. Y no puedo pasar aquí por algo
la oportunidad que brindó a Federico García Lorca para la puesta en escena de El maleficio de la mariposa, con la que
el granadino pasaría a los anales del teatro.
La relación de Martínez Sierra
con la música era profunda, si bien María habla de “nuestros músicos”, amigos y
colaboradores en algunas de las obras, a Gregorio le gustaba disfrutarla sobre
todo en su retiro de Marruecos, y ponerla al servicio de la escena como
elemento engrandecedor de su teatro de
arte.
El 15 de enero de 1915, el
Ateneo de Madrid, rinde homenaje a dos grandes maestros amigos y colaboradores
de los Martínez Sierra: Manuel de Falla y Joaquín Turina, en una velada donde
se estrenaron Siete canciones populares
españolas, que Falla había compuesto durante su estancia en París en
compañía de los Martínez Sierra. Si algo también significó a los dramaturgos,
fue su carácter hospitalario.
El espíritu empresarial de
Gregorio Martínez Sierra queda de sobra demostrado desde que en 1901 funda su
primera revista Vida moderna a la que
siguieron otras de importante corte modernista como Helios y Renacimiento
donde destacadas firmas del momento colaboraban: Rubén Darío, Enrique
Díez-Canedo, Amado Nervo, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado o Emilia
Pardo Bazán. Más tarde pasó a ser “Biblioteca Renacimiento” bajo cuyo sello
quedó editada gran parte de su producción literaria. Formó también varias
compañías teatrales, en algunas estaban los mejores actores (Catalina Bárcena,
Josefina Morer, Emilio Sagi Barba, Luisa Vela…), los mejores escenógrafos
(Fontanals, Barradas y Burmann, descubiertos por él y cruciales profesionales
para que el teatro de arte alcanzase
éxito), y dibujantes (Ricardo Marín, Rafael Sanchís o Laura Albéniz), disciplinados
todos, seguidores del maestro (7). Y, por añadidura, director y
empresario del teatro Eslava de Madrid, para deleite de espectadores con su
Compañía Cómido-Darámatica (la primera la crea en 1915 en colaboración con
Enrique Borrás (8), denominándose
Compañía Borrás-Martínez Sierra) y otras para las que también había cabida.
Tomás Borrás llegó a decir: “Es un orgullo para el teatro español la aparición
de un grupo entusiasta, capitaneados por un joven, pero de gran inteligencia y
firme vocación, por el verdadero teatro”; y como réplica: “Nuestro propósito
es, en primer lugar, divertirles a ustedes. La vida en Europa, se ha puesto
últimamente demasiado triste; por lo cual, un poco de diversión razonable es
casi artículo de primera necesidad”, escribe Martínez Sierra en un manifiesto
que dirigió al público. Otra innovación que aportó hacia el respetable, y que a
éste le gustó, fueron los programas de mano, a cargo de los escenógrafos y
dibujantes de la compañía y a tinta de varios colores.
Si bien Eslava tuvo días de
gloria (sobre todo en durante las temporadas que van de 1920 a 1924, donde el
teatro de arte estaba en pleno apogeo, pues a partir de ahí comienza a
notársele un cierto declive hasta que, en 1926, desaparece) cuenta en su haber
con un hecho luctuoso: el crimen, en 1923, de Luis Antón del Olmet, autor
teatral y periodista, a manos de Alfonso Vidal y Cuadras, quien confesándose
culpable aclaró que lo había hecho por sus diferencias literarias.
Los años de Eslava sirvieron a
Martínez Sierra para alcanzar gloria y moverse por los escenarios más ilustres
de Europa y América. Siempre a pie de escenario, elegía la obra, presenciaba
los ensayos, corregía los textos o escenas, colaboraba en la preparación de los
decorados, y mantenía continuas reuniones con escenógrafos y actores hasta
alcanzar la idea concreta que tenía para la representación de la obra. Comenzó
entonces una gran gira con extenso repertorio de carácter universal luciendo
así los decorados que tanto habían dado que hablar. Toda la prensa se hizo eco
de las ovaciones estruendosas, la aprobación por el gusto refinado, la
satisfacción de los auditorios; Europa, América, siete años de gran gira;
Gregorio y Catalina en la representación, María en la producción; y, después,
Hollywood (1931), con un ventajoso contrato para películas que se suceden sin
interrupción, hasta dieciocho; la mayoría, adaptaciones de las obras de
Martínez Sierra que recorrieron el mundo entero con éxito sobrado y, Catalina
Bárcena, a la cabeza del cartel. Pero el
clima americano se ensaña con la salud del dramaturgo y en 1935 deciden volver
con intención de comprar un teatro y reanudar la experiencia de Eslava; no
llega a hacerlo por la sin razón que asola España y, cuando iba a iniciar el
rodaje de Canción de cuna, emigra a
Argentina. Son años en que la herida de España y la del mundo entero deteriora
la risa; su interior está tan triste como lo está el teatro y se siente
envejecer a pasos agigantados; tan idealista siempre, aquel estado de las cosas
le derrumba. En 1947 parece que una savia nueva corre por sus venas y vuelve a
su tierra natal con intención de volver a empezar, pero meses después la firma
Martínez Sierra se extingue (9).
La firma “Martínez Sierra”
quedó registrada también en el Ateneo de Madrid por partida doble: Gregorio
Martínez Sierra aparece como socio número 8.308 durante un período comprendido
entre el 1 de enero de 1925 y el 20 de enero de 1930 (consecuencia lógica,
pues, en 1931 marcha para América), y su
esposa María de la O Lejárraga, inscrita con el nombre de María Martínez
Sierra, escritora, es la socia número 16.478 desde el 1 de enero de 1933, y con
fecha de baja sin constatar, aunque bien puede suponerse que lo fue hasta su
exilio porque, como dato que su biografía aporta, está, que saliendo del Ateneo
la noche del 17 de julio de 1936 se entera que en Marruecos se ha sublevado el
general Franco. Más tarde escribió: “Nuestra bien nacida República. Nació en
paz y murió a mano armada”. Dato curioso es, que de los dos domicilios que cada
uno aporta es común el de la calle Zurbano nº 1, sin embargo, como puede
apreciarse, mientras uno abandona el Ateneo, la otra en él ingresa.
Ha sido difícil encontrar
documentación de estas fechas en que los Martínez Sierra forman parte del
Ateneo, ya que, como es de todos sabido, en algunos casos, la labor de búsqueda
es costosa; sin embargo, durante el curso académico 1922-1923, según consta en
su memoria, en el apartado de Conferencias
varias, figura la que D. Pedro Sainz Rodríguez, bibliotecario del Ateneo,
leyó bajo el título “La Biblioteca del
Ateneo; lo que ha sido, lo que es y lo que será”. Herramienta clave de la
Docta Casa, alberga casi en su totalidad la obra de Martínez Sierra. También en
la referida memoria, encontramos que: “El día 26 de octubre, se celebró un acto
público, en el que el literato argentino D. Alberto Ghiraldo explicó lo
ocurrido con motivo del decreto de expulsarle del territorio español. Después
hicieron uso de la palabra los Sres. D. Rafael Altamira, D. Gregorio Martínez Sierra,
D. Manuel Aznar y D. Ángel Ossorio y Gallardo”.
En los períodos en que ambos
fueron socios, ejercieron como Presidentes: D. José Soto Reguera (1926-1930),
D. Gregorio Marañón (1930), D. Manuel Azaña (1930-1932), D. Ramón Mª del
Valle-Inclán (1932), D. Augusto Barcía Trelles (1932-1933), D. Miguel de
Unamuno (1933-1934) y D. Fernando de los Ríos Urruti (1934-1935).
Por el ateneo y sus espacios
emblemáticos circularon siempre las ideas libres y las figuras más relevantes;
tantas, que solo citaré algunas cercanas al personaje de esta ponencia.
Desde la Tribuna de oradores
pudieron escucharse voces como la
de Maeterlink, escritor belga en lengua
francesa y Premio Nobel de Literatura en 1911, traducida parte de su obra por
Martínez Sierra; o, la de Sara Bernhardt, actriz teatral francesa, cuya figura
inspiró el ensayo Hamlet y el cuerpo de
Sara Bernhardt.
En la “Cacharrería”, los
encuentros eran para conversar, y entre los asiduos, D. Jacinto Benavente,
Presidente de la Sección de Literatura a la que dio gran brillantez, e
influyente en el teatro del joven Gregorio; parecidos de físico -pequeños,
nerviosos, agudos-, pero desiguales en el vivir -solitario el primero; social,
dialogante y trasnochador el segundo-.
Por los pasillos, por la
galería de retratos, antes y después de las actuaciones que se producían en el
Salón de Actos se celebraban tertulias, y entre los tertulianos Ramón Pérez de
Ayala, Enrique Díez-Canedo, Julio Cejador, relacionados también con Gregorio.
Entre los años 1919 y 1922, Victoriano
García Martí (García Mart, 1948) fue Secretario del
Ateneo, con Ramón Menéndez Pidal y el Conde de Romanones como Presidentes, y
durante ese período se dieron más de 200 conferencias anuales -sólidas,
variadas, interesantes-, destacando las de la Sección de Literatura,
considerada la más vital. Y entre sus oradores: Azorín, Unamuno, Valle Inclán,
un largo etcétera, y Gregorio Martínez Sierra.
Queda demostrado, pues, que
Martínez Sierra formó parte del Ateneo de la época; aquella que albergaba las ilusorias ambiciones de una
juventud que procedía de todos los puntos de España, y que buscaba en la
“Tribuna Ateneísta” dejarse oír en letras, arte, ciencia, filosofía, ya que no
es hasta 1913, comicios de la primera Guerra Mundial, cuando en el Ateneo
irrumpe el hablar de política.
De complexión pequeña, extrema
delgadez, sumamente tímido y de rostro expresivo: “Su frente era de molde de
bóveda, curvada y anchurosa, desnuda, bañada de luz; sus ojos eran tan vivos
que siempre pesquisaban en movimientos, negros, intensísimos, abiertos de par
en par, grandes. El resto del modelado disminuía hacia el mentón (puntiagudo,
ya achicado), y la boca, de sonrisa eterna, entre sarcástica y melancólica” (10). Y por si este semblante no fuera
suficiente, en el Museo Reina Sofía luce el espléndido retrato modernista que
del dramaturgo hace Daniel Vázquez Díaz (11).
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(1) María de la O Lejárrega es nacida en San Millán
de la Cogolla (La Rioja) en 1874, pero criada en el pueblo madrileño de
Carabanchel, lugar donde Gregorio Martínez Sierra y su familia veranea.
(2) Enrique Díez-Canedo (1879-1944) Crítico teatral y
artístico cuya preocupación principal fue la renovación y modernización de la
escena y el conocimiento de las corrientes teatrales europeas.
(3) Recoge Alda Blanco en el
prólogo a la edición del año 2000 de Gregorio
y yo: “la cuantiosa documentación que constata la auditoría y colaboración
de María Martínez Sierra se encuentra principalmente en Patricia W. O’Conor: Gregorio y María Martínez Sierra: crónica de
una colaboración, Madrid, La Avispa, 1987; y Antonina Rodrigo: María Lejárrega: una mujer en la sombra. Barcelona : Círculo de Lectores, 1992"
(4) Comienza el poema:
Nada mejor para cantar la vida,
y aun para dar sonrisas a la muerte,
que la áurea copa donde Venus vierte
la esencia azul de su viña encendida.
Por respirar los perfumes de Armida
Y por sorber el vino de su beso,
vino de ardor, de beso, de embeleso,
Fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
¡Voz de oro y miel para decir cantando:
La mejor musa es la de carne y hueso !
y aun para dar sonrisas a la muerte,
que la áurea copa donde Venus vierte
la esencia azul de su viña encendida.
Por respirar los perfumes de Armida
Y por sorber el vino de su beso,
vino de ardor, de beso, de embeleso,
Fuérase al cielo en la bestia de Orlando,
¡Voz de oro y miel para decir cantando:
La mejor musa es la de carne y hueso !
(5) María en su memoria abre el capítulo Obras preferidas, y bien por su
temática, bien por la forma en que fueron concebidas, apunta El reino de Dios, Don Juan de España, Sueño
de una noche de agosto, Rosina es frágil.
Para Canción de cuna (estrenada
en el Teatro Lara en 1911) dedica un capítulo especial. Puede apreciarse como
cada una lleva un antes y un después que forma parte de su historia personal,
casi novelesca.
(6) Entrevista que Manuel Falla concedió a Rafael
Benedito el 15 de abril de 1915 para el diario La Patria.
(7) Por no extender esta ponencia remito al lector a
Carlos Reyero Hermosilla: Gregorio
Martínez Sierra y su Teatro de Arte, Fundación Juan March, serie
universitaria, pg. 8, donde puede encontrar una amplia explicación sobre la
técnica de los escenógrafos. Igualmente hallará un catálogo de obras referente
a dicho teatro en pag. 19.
(8) Enrique Borrás (1863-1957) actor catalán y director
del Teatro Romea de Barcelona durante 1901-1092.
(9) Anterior a 1947 María, firma Cuentos breves (1899) y La
mujer española ante la República (1931). Después, su ya mencionado Gregorio y yo (1953) y Una mujer por caminos de España (editada
en 1989). El resto de su obra está firmada como Martínez Sierra.
(10) Fragmento de la semblanza que hace Tomás Borrás por
encargo de Catalina Bárcena con el título de Semblanza en tres retratos, para la edición de la Obras Completas
de Gregorio Martínez Sierra, y que está recogido en el libro de Andrés
Goldsborough Serrat: Imagen humana y
Literaria de Gregorio Martínez Sierra, Madrid, 1965.
(11) Daniel Vázquez Díaz (1882-1969). Destacado
retratista que por amistad, admiración y
verdadero afán documental dibujó a los personajes más destacados de su
tiempo.
BIBLIOGRAFÍA
Cejador y Frauca, Julio. Historia de la lengua y literatura castellanas. Madrid : Tipografía de la Revista de Archivos, 1919.
García Mart, Victoriano. El Ateneo de Madrid (1835-1935), Madrid : Dossat, 1948.
Goldsborough Serrat, Andrés. Imagen humana y Literaria de Gregorio Martínez Sierra, Madrid : Gráf. Cóndor, 1965.
Martínez Olmedilla, A. Arriba el telón. Madrid: Aguilar, 1961.
Martínez Sierra, María. Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración. Valencia : Editorial Pre-Textos, 2000.
Ruiz Ramón, Francisco. Historia del teatro español. Madrid : Alianza Editorial vol, 2, 1971.
Sáinz de Robles, Federico Carlos. Raros y olvidados. Madrid : Editorial Prensa Española, 1971.
W. O’Conor, Patricia. Gregorio y María Martínez Sierra: crónica de una colaboración. Madrid : La Avispa, 1987.
Lectura de la ponencia en el Ateneo |
CONSEJO: Una ponencia siempre tiene la intención de ser difundida por cualquier medio, escrito o audio visual, además de exponer en un auditorio. No hay que tener miedo a hacer una ponencia, pero si es conveniente seguir unos pasos (no es necesario cumplirlos a rajatabla) que hagan más fácil dicha tarea.
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