PILAR DEL CAMPO PUERTA
Consejo: Para que el suspense sea mayor hay que evitar
dar respuesta inmediata a las cuestiones citadas alargando así el momento de
desvelar los secretos:
(Si has leído todo lo anterior, pues seguir perfectamente con el relato Nunca el silencio habló tanto)
Tras aquella
cortina de humo, en conjunción con la húmeda cortina de sus ojos, Nely no pudo
por menos, una vez más, que recordar a
Rita. Todo era tan igual al pasado. De repente, Nely notó algo pequeño,
blando, suave y tibio en su mano, era la de una niñita de apenas cinco años,
que se le había colado entre la firme de Nely buscando aún más protección.
Aquella sensación le hizo recordar que en el pasado, negro todo y de
irrespirable sopor, cuando abrió la mano pensando que era la de la niña, se
percató que su muñeca preferida, ser inerte, se había salvado. Más hubiera
valido la pena ser esa la abrasada.
Consejo: Es imposible, con una frase o
un párrafo, describir el misterio. Éste ha de irse masticando según avanza el
relato, y para ello nada mejor que dejar pistas.
Los
acontecimientos parecían repetirse.
-
¿Estás bien? –preguntó John.
-
Sí –respondió Nely apretando
con fuerza la mano infantil.
Todo iba
demasiado rápido aunque pareciese todo lo contrario. Las llamas ya empezaban a
devorar un ala del colegio, por fortuna, la menos utilizada; pero el miedo
estribaba en un avance inesperado hacia el laboratorio.
-
¿Has visto a Gus? – se
interesó Nely haciendo acopio de fuerzas.
-
Todavía faltan algunos por
salir.
¡Dios mío!,
pensó. Pero en ese instante tres encargados del centro descendían lo más rápido
posible, cada uno empujando una silla de ruedas. Gus iba en una. Nely corrió
hacia él sin soltar a la niña y los tres se abrazaron. En unos instantes, y
pasado el peligro inminente, a la profunda y sincera unión se fueron uniendo
otros. Nely y John no se abrazaron, les bastó con mirarse.
La primera vez que los ojos de Nely se
cruzaron con los de John, le parecieron similares a los de Rita, siempre en el
recuerdo, fruto del reflejo inesperado del haz de luz que atravesaba por las
rendijas de la persiana. A punto estuvo de proferir un grito hasta que la voz
masculina preguntó:
- Te has
asustado?
- No. Era la
luz que me cegaba –se excusó ella girando un poco la cara hacia la sombra.
La tarde era
calurosa y aquel ala del edificio –ahora destruida- durante esas horas estaba
expuesto al sol, por lo que las persianas andaban bajas dejando una penumbra
fresca y lánguida en el ambiente. Cierto
era que la luz la cegó, pero también la presencia de John al que nunca antes
había visto, pero del que tenía unas magníficas referencias; tan alto, tan
elegante, tan distinto al resto… Le habían recomendado que hablara con él para
poner en práctica una actividad nueva, pero a mes y medio de su estancia en el
centro, aún no habían tenido ocasión de cruzarse, y ahora al tenerle delante,
con esa luz impertinente que le iluminaba el rostro; rostro que esbozaba una sonrisa;
sonrisa que infundía confianza; la misma que Nely necesitaba para articular
palabra tras el sobresalto pueril.
- Yo venía…
- Pero no te
quedes ahí de pie, siéntate.
María
intervino: ¿Y para qué tenía que verle con tanta
urgencia?
- No tengas prisa mujer, dije yo, ya lo
sabrás.
Si hubiera saciado la curiosidad de María sobre el relato
que había comenzado “in medias res”
(hacia la mitad), utilizando de continuo el “flashback”
(narrando a saltos hacia atrás), y me hubiera lanzado al “flashforward” (adelantar acontecimientos), la historia podía
tenerse por concluida, y el espectáculo debe proseguir.
¡Espero que te haya gustado! Continuará...
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