lunes, 11 de mayo de 2015

CUANDO TÚ APARECISTE (Homenaje a María Teresa León)

PILAR DEL CAMPO PUERTA

Porque siempre es momento de homenajes, hoy quiero recordar a María Teresa León (1903-1988), que fue, más que musa, esposa, amiga y compañera de Rafael Alberti: “María Teresa en mi vida ha significado todo… juntos hemos caminado en todos los órdenes. Hemos cumplido las bodas de plata, de hojalata, de oro y de piedras preciosas. Somos una cosa completamente unida y nosotros decimos que somos los Reyes Católicos, los hermanos Álvarez Quintero, estas parejas que van siempre unidas hasta el final”.  Afirmaba el poeta de su primera mujer, y añadía en verso:

Cuando tú apareciste
penaba yo en la entraña más profunda
de una cueva sin aire y sin salida.
Braceaba en lo oscuro, agonizando… 
                                     (Retornos del amor recién nacido, Rafael Alberti)




De los dos se celebraron los centenarios de su nacimiento (1902 Alberti y 1903 María Teresa) con exposiciones y homenajes de carácter individual, pero la presencia de ambos a la vez, por la simbiosis que mantenían desde que se conocieran en 1929, fue inevitable. Como para mí ha sido inevitable hacer una selección de episodios de su pasar y dejar huella, pues de no haber sido así, hubiera plasmado íntegra su Memoria de la melancolía, principal fuente de inspiración de este artículo, donde la autora se desnuda ante los lectores, como Margarita lo hizo para Rodin sobre el césped blanco de nieve; blancas las hojas que utilizara Maria Teresa para su recuerdo, traslucen, en ocasiones, profundo dolor.

Gozó en su vida de muchos y queridos amigos, unos en la propia España, otros españoles fuera de ella y otros de cualquier latitud. De todos guarda un cariñoso recuerdo en su corazón y de cada uno habla con la dulzura que la caracterizó. Tantos son los nombres de médicos, filósofos, políticos, artistas, actores, que me he limitado a los de su igual, a los escritores: Máximo Gorki, Boris Pasternak, Matei Salka, Jean Richard Bloch, André Malraux y otros tantos con los que se relacionó en el Primer -¡Inolvidadable!, afirmó ella- Congreso de Escritores Soviéticos. Ludwing Renn, Kanterovio y Kurt Stern, del Congreso de Escritores Alemanes, ¡cómo abrazaban  a los que aún balbuceaban un español pintoresco cruzado de nostalgia! Miguel de Unamuno se les unía a ella y a Rafael en almuerzos y cenas, ¡cuánto le gustaba a don Miguel hablar y hacer animalitos! siempre conservaron de él un búho de la sabiduría que contenía en sus alas el poema inédito: “Celle ci est en papier et nôtre Athene, en papier aussi…”. Ignacio Sánchez Mejías, con quien podía hablarse tanto de toros como de libros y versos, ¡cómo lloraron su muerte! Rubén Darío, al que cada mañana al despertar en la patria que les acogió con entusiasta agrado, iban a saludar, inmóvil, posado frente al lago “con su lira de mármol”, ¡fue una semana  inolvidable entre luciérnagas y mágica amistad! Antonio Machado, “¡yo he recitado sus poemas!” –le dijo María Teresa en casa de Emiliano Barral un día de mucha pena (la esposa de Barral se había tirado al Metro con su hijo en los brazos); por el contrario, ella cita dos bellas frases recordando al poeta que transcribo como quiso que aparecieran en su memoria: “Rafael Alberti, acompañado de su brava esposa María Teresa, va por los campos de batalla”, y añade ella: ¡Qué alegría haber quedado en su recuerdo! Cuando el poeta murió al finalizar la guerra española: “Todo, todo se nos concluyó con aquella noticia. Nos habíamos quedado sin aliento. Nuestra literatura de combate expiraba. Federico, muerto al comenzar la agonía; Antonio Machado al terminarla. Dos poetas. Ninguna guerra había conocido tanta  gloria”. Lorca, inseparable de Alberti desde la Residencia de Estudiantes ¡e inseparable de María Teresa a tenor de la frase: “El efecto  del amor es transformar a los amantes y hacerlos parecerse al objeto amado, dice Petrarca. Si eso fuese así yo sería Rafael Alberti”!. También León Felipe, desterrado y muerto formó parte de sus amigos (la lista es interminable: Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Ramón Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Pablo Ruiz Picasso…) de antes, durante y después de la guerra que tanto la marcó.

“En el desván donde la loca de la casa guarda sus jirones perdidos, sus recuerdos -¡Oh, Santa Teresa!- tengo yo siempre que encontrarme con la presencia de una isla... La isla se llama Ibiza”

Tal fue la influencia de esta parte del archipiélago balear, que la descripción que hace de ella es francamente hermosa: su sol, su mar, su aroma, sus gentes, sus atavíos, sus amigos... y en la retina, antes de embarcar ese año 36 para la isla, la sierra de Aitana, cuajados sus montes de almendros, tantas veces recordada al nombrar a la hija nacida en 1941 fruto del amor con el poeta. Pero allí también, entre la calidez de la atmósfera, se cursó la orden de fusilamiento para Maria Teresa y Rafael. Como proscritos anduvieron por el monte, durmiendo sobre pinocha, mezclados con otros huidos; y la marcha fue tan interminable que les hizo recorrer parte del mundo, de ciudad en ciudad, de casa en casa, ¡cómo anhelaba María Teresa cada casa abandonada, con  sus recuerdos, con sus libros, con sus cuadros, con sus flores! Francia, México, Argentina, Roma... y siempre el mismo dolor por donde quiera que fuere aunque la acogida fuese buena, la añoranza de su patria en guerra y luego una paz impuesta que les obligaba al exilio:

 “Perdonadme que cuente de manera tan personal mi amor por  las cosas inanimadas que se despierta en los que van a morir. Calle a calle, sobre un montón de casas rotas se paseó la muerte. Abrieron el vientre de mi calle las bombas. La oigo llorar aún con sus cientos de ventanas golpeándose en sus quicios durante toda la noche. Recuerdo como primer elemento el agua que lo encharca todos y el olor, un olor a alquitrán, a humo, a polvo, a ilusiones molidas...”

Tanto peregrinar le dejó el profundo temor de no saber dónde iba a morir, cruz del emigrado, hoy aquí, mañana allá, con los cementerios ajenos esperando la llegada de desconocidos a yacer bajo su tierra. No, María Teresa no quería eso. Quería acabar cubierta por la tierra de España. Por fortuna lo consiguió. Llegó, como tantos otros, en 1977, pero herida, como tantos otros, de espíritu y de mente “Me encuentro como paralizada”; sin embargo ya nos había transmitido su memoria, su valiosa memoria. Murió en Madrid en 1988, aqueja de melancolía y dejando a las mujeres de España su entusiasmo por la vida, “Es todo lo que tengo”.

Ejemplar mujer en toda la extensión de la palabra, o como le decían los franceses y a ella le gustaba  Femme de lettres . “Eso –añadía-mujer de letras... Nunca me he sentido más letrada, nunca he sentido más reverencia por el estado de mi inquietud, por esa comezón diaria en carne propia que me da el escribir”. De gran belleza, miliciana, luchadora, valiente, enérgica, audaz, gran oradora, traductora (trabaja codo a codo con Alberti traduciendo su obra y en París traduciendo en una emisora de radio partes de guerra), actriz, miembro de la Junta de Salvación del Tesoro Artístico (ayudó febrilmente involucrada a salvar el Patrimonio español, ¡fue la noche más larga de su vida! pero le reconfortaba leer lo que Sir Frederic Kenyon escribió: “Se ha realizado allí una cantidad de trabajo sorprendente para proteger los tesoros artísticos de la nación de los peligros de la guerra. Los que se han empeñado en la tarea merecen el máximo crédito”); fundadora de las Revistas Octubre y El mono azul... y sobre todo escritora. Ni recuerda cuando comenzó a escribir, con ansia, sin detenerse, pese a los tropiezos, porque para ella escribir era respirar. 

Es abundante su obra, y sin embargo poco conocida:


Misericordia (Teatro)
Cuentos para soñar (Cuentos, 1928)
La bella del mal de amor (Cuentos, 1930)
Huelga en el puerto (Teatro, 1933)
Rosa-Fría, patinadora de la luna (Cuentos, 1934)
Cuentos de la España actual (Cuentos, 1935)
Una estrella roja (Cuentos, 1937)
La tragedia optimista (Teatro, 1937)
Crónica general de la Guerra Civil (Ensayo, 1939)
Contra viento y marea (Novela, 1941)
Morirás lejos (Cuentos, 1942)
Los ojos más bellos del mundo (Guión de cine, 1943)
La Historia tiene la palabra (Ensayo, 1944)
La dama duende (Guión de cine, 1945)
El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer (Novela, 1946)
Las peregrinaciones de Teresa (Cuentos, 1950)
Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador (Novela, 1954)
Sonríe China (Miscelánea, 1958)
Nuestro hogar de cada día (1958)
Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos (Novela, 1960)
Fábulas del tiempo amargo (Cuentos, 1962)
Menesteos, marinero de abril (Novela, 1965)
Memoria de la melancolía (Biografía, 1970)
Cervantes. El soldado que nos enseñó a hablar (Novela, 1978)
La libertad en el tejado (Teatro, 1989)

Algunas de sus obras fueron publicadas en España, otras en Méjico, pero, sin duda, Argentina, país donde vivió veintitres años, es el que se encargó de su producción, especialmente la editorial Losada, de Gonzalo Losada, amigo que les abrió los brazos  y “personaje de esos que España da a la luz de cuando en cuando”.

De María Teresa León Goyri, emparentada con la esposa-musa de Ramón Menéndez Pidal, María Goyri (segunda mujer que entró en la Universidad), debe señalarse también que nació en Logroño un 31 de octubre de 1903, en el seno de una familia acomodada, su padre era militar de húsares; que casó muy joven y aún de a tener dos hijos, Gonzalo nacido en 1921 y Enrique en 1925, el matrimonio fracasó, pero pese a todo, ella siguió respirando y comenzó su trayectoria como escritora con el seudónimo de Isabel Inghirami. La unión con sus tíos, María y Ramón, la llevan a frecuentar un ambiente más cultural, y en él aparece su compañero de toda una vida; sin embargo, no es hasta el 24 de julio de 1933 que obtiene el divorcio, y el 5 de octubre del mismo año se casa con Rafael. Desde entonces, la prosa y la poesía fueron unidas en trabajos, aventuras, lecturas, traducciones, casas, ciudades, exilios y retorno. ¡El añorado retorno! Como anécdota de esa unión perdurable, antes de conocer al poeta, María Teresa ya había leído Marinero en tierra, y dentro de él el poema Rosa-Fría, patinadora de la luna que le inspira para su tercer libro que aparece en 1934 y en el que Alberti realiza unos maravillosos dibujos. 

Él versa:

Ha nevado en la luna, Rosa-fría;
los abetos patinan por el yelo.
Tu bufanda, rizada, sube al cielo,
como un adiós que el aire claro estría.

¡Adiós, patinadora, novia mía!
De vellorí tu falda, da un revuelo
de campana de lino, en el pañuelo
tirante y nieve de la nevería.

Un silencio escarchado te rodea
destejido en la luz de sus fanales,
mientras vas el cristal desquebrajando…

¡Adiós, patinadora!
El sol albea 
las heladas terrazas siderales,
tras de ti, Malva-luna, patinando.

Ella cuenta: “La ventana de la casa de la Luna estaba llena de escarcha. Era una casita pequeña de madera de abeto, donde no le cabía más que la cara. Los lobos la llevaron un día a la tierra para asustar a los niños, pero nadie se asustó. Sólo los espantapájaros le hicieron caso. Desde entonces, hay en los jardines hombres de palo con sombrero para hacer reír a la luna, a los pájaros y a los niños.

Rosa-Fría, patinadora de primera categoría, vencedora de todas las velocidades, que había inventado el deporte de llenar los pasillos de nieve-confetti, para usar antes del invierno los esquís, que se aburrían de mirar a las arañas, saludó a la Luna…”

Que su encuentro con el poeta no fuera casualidad, sino que estuviese escrito en las estrellas, les hizo a ambos brillar, pero ella, generosa, como tradicional mujer española, aunque liberal, dio en vida todo su fulgor al compañero; y viendo mermar sus fuerzas, valiente afirmó: “Ahora soy yo la cola del cometa, él va delante, Rafael no ha perdido nunca la luz”. Tu tampoco María Teresa, y como muestra, sirva este capítulo dedicado a ti, de alguien que también necesita escribir para vivir.

CONSEJO: Las biografías ajenas son estupendas fuentes de información y de inspiración.

CONSEJO: Hacer de las biografías propias el cuento personal de la una vida es algo maravilloso porque todos tenemos mucho que contar.

CONSEJO: Leer  Memoria de la melancolía. 


Publicada en Buenos Aires en 1970, comienza a escribirla en este país pero la termina en Roma, donde habitó los catorce últimos años de exilio. “Siempre tengo que regresar a mis viejos cuentos, besar las sombras…decir: mi patria son mis amigos. Y no me equivoco jamás”.

¡Espero que te haya gustado! Continuará...

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