domingo, 15 de febrero de 2015

LAS MANÍAS DE LOS ESCRITORES (I)

PILAR DEL CAMPO PUERTA


¡Qué rara soy! -me dice María en una conversación.

No quiero preguntarla más, pues me imagino que se refiere a cuando escribe, así que, para tranquilizarla le cuento anécdotas de...

Rafael Alberti, que sobrevivía, literariamente hablando, dentro de un desorden organizado, entre apuntes que a la duermevela de la madrugada le venían a la mente y apuntaba por descuartizadas hojas; luego tenía que hacer un ejercicio de reconstrucción de ideas y papel. Además prefería escribir con claridad, sin cortinas ni visillos.


La propia Isabel Allende escribió en la cocina, al amor de la noche, rompiendo el silencio con las teclas de la máquina de escribir La casa de los espíritus, como ella misma cuenta en cada entrevista.

Truman Capote, Proust o Aleixandre preferían escribir en la cama.


Gabriela Mistralla necesitaba la penumbra para inspirarse. 


Ramón Gómez de la Serna y Valle Inclán eran amantes de bullicio y el ambiente de los Cafés. 


Lamartine o Juan Ramón Jiménez, precisaban del silencio que precisaba. Y desde su silenciosa habitación Juan Ramón escribió:

Yo no soy yo.
                Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ser,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.

Por eso, aconsejo a María que no se apure, que ya encontrará su sitio. ¿No se ha planteado nunca que tal vez sea de pie? Que ilógico parece, pero no porque Hemingway que escribía en esa posición. 


El escritorio de mamá (David Fernández)

El escritor es, por fortuna, dueño de su propia situación para organizar su trabajo; no hay métodos ni recetas pero sí rituales tan particulares como: aprovisionarse de varios paquetes de tabaco (el que fume) para no tener necesidad de abandonar la tarea ni un segundo, no vaya a ser que las musas se ausenten; tener cerca un gran termo de café para que la excitación de la creación no cese hasta el final; prender una vela y esperar que su final marque un tiempo de trabajo prescindiendo mirar el reloj; plantarse ante una pared blanca para evitar que cualquier otra visión se cruce y distorsione el pensamiento… Maniáticos de tal calibre: Balzac, Isabel Allende, José Ortega y Gasset... 

Para tranquilizar a María, le comento que yo me siento "juanramoniana", "allendista", "martingaitiana", "orteguiana" y actual; si bien, mi gran enemigo es el ruido, mi martirio es el tiempo, mi pasión la calle, mi visión la pared blanca y mi medio el ordenador, que tiene sus peligros porque... 

Aporto aquí una desagradable experiencia personal:

Me hallaba una tarde de incipiente verano acalorada entre ideas imposibles de plasmar y apuntes deslavazados en diferentes archivos, en documentos nada que ver unos con otros, cuando un súbito apagón del ordenador me sorprendió. No me avine a razones y salí de mi reducto profiriendo todo el diccionario de palabras mal sonantes que cualquier persona en su sano juicio omitiría  por vergüenza. De repente, al llegar al salón dos hombretones me miraron de arriba abajo y no daban crédito a lo oían, ni veían: una deslenguada en pantaloncillos playeros, descalza, con unos mechones recogidos y otros deslizándose por la nuca sudada y con un vocabulario desproporcionado ¡Soy escritora! les salpiqué en la cara. Su estupor fue mayor, pues nada tenía que ver con Cela. Dicho así no se entiende, verdad, pero es que los operarios estaban instalando el aire acondicionado y me habían cortado los plomos sin avisar. Ellos no me comprendieron hasta que entre gritos les hice saber que estaba con el ordenador y que mi trabajo de no sé cuántas horas se había esfumado; ellos seguro que también estaban deseando esfumarse. De repente, no sé cómo, surgió ante mí un vaso de agua y la caja de valerianas, me tomé dos y fui a mi reducto. (…) Milagrosamente, apreté no sé que mágica tecla y el ordenador, sumiso, me ofreció salvar parte del documento; diciéndole que sí, aparecieron ante mis ojos, al menos, las cinco primeras horas de esfuerzo, el resto no me importó pues estaba en un embotellamiento mental del que sólo me salvaron los operarios del aire acondicionado. Aún estuve unos instantes reflexionando la manera de disculparme, y sin encontrarla acudí a obtener su perdón. Les expliqué, me explicaron, dudo que nos entendiéramos, pero gracias a aquella limpieza interior pude continuar. Son los problemas de los adelantos y de no haber dado a guardar el documento.

Consejo: Cuando estés con la emoción puesta y escribas sin parar en el ordenador, no te olvides de dar a guardar si no quieres acabar así 


El grito (Munch)

No así me hubiera sucedido de haber empleado una máquina de escribir, al igual que Mark Twain (pionero en utilizarla), Paul Valéry, Henry Miller, García Márquez, o el mismísimo Francisco Umbral (inseparable de su Olivetti), a la que nunca se acostumbró Cela por la molesta campanilla final de cada renglón.

Tampoco me hubiera pasado si como los maestros del siglo de oro (Calderón, Zorrilla, Lope, Tirso, Quevedo…), hubiera estado aquella tarde de verano escribiendo a mano. Se sabe ellos que raras veces tenían tachaduras, algunos eran de letra clara y ordenada, sin desviaciones y con líneas perfectamente paralelas o ascendentes como síntoma de optimismo.

Y es que ejercitar la caligrafía no está de más, en cuadernos apaisados, rayados, cuadriculados o blancos, con tachones o sin ellos, de manera pulcra o afeminada o infantil o impersonal. Pereda, Machado, Juan Ramón, Lorca, Alberti, todos escribieron la a mano; y si de mencionar mujeres se trata desde la Pardo Bazán hasta la Gaite también lo hicieron, muriendo esta última abrazada a Parentescos en un cuaderno.

A María, le encanta sentarse en un sillón, enroscar las piernas hacia la derecha y permanecer inmóvil hasta que las extremidades dejan de sentirse; en esa posición afirma que se concentra; de allí arrancan muchas primeras frases. 
“Qué rara soy”, dice de sí. “Escribir no está sujeto a reglas, ni a la hora de sentarse”, respondo yo uniéndome a Guelbenzu, pero aún añado... 

Consejo: La mejor manera de aprender a escribir es escribiendo.

- Lee el libro de Cuando llegan las musas -le digo a María.
- Estoy en ello -me responde.


¡Espero que te haya gustado! Continuará...

NOTA:
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